lunes, 15 de septiembre de 2008

UN CUENTO PARA SER REPRESENTADO...

PEQUEÑA FUNCIÓN DE NOCHE.

(LA ROSALEDA. Carlos Álvarez-Nóvoa)

Entre el crema crudo de la puntilla que bordea la cofia, salen sus cabellos castaños, enmarcando el rostro de cera, coloreado por un ligero rubor naranja en las mejillas que se intensifica en los labios. Tiene los ojos cerrados; las largas pestañas se curvan suavemente bajo la línea casi imperceptible de las cejas. El largo vestido sólo deja ver sus pies desnudos y la palidez de las manos que, también entre puntillas, asoman tímidamente; el mismo calado adorna en semicírculo la pechera; la tela es de rancia cortina estampada en flores de colores apagados. Lucía le levanta las faldas delicadamente hasta cubrirle el rostro y comienza a desnudarla. Cuando la incorpora para desabotonar el vestido se abren sus ojos color miel en una mirada triste y fija; los párpados de la muñeca titubean un momento bajo el temblor del sencillo mecanismo y vuelven a cerrarse abandonados en manos de la niña.
En el pasillo suenan amortiguadas las palabras tensas de una discusión matrimonial. Como respuesta al ¿pero te apetece salir o no? (ese "pero" terminante como un minúsculo ultimátum), la voz cansada de ella en ese como quieras, tantas veces repetido, para evitar discusiones y tantas otras provocador de la reyerta.
-¡Como quieras! ¿Te pregunto si te apetece o no?
-Sí, me apetece.
Él se impacienta más y cierra la puerta por dentro para que quede claro que está dispuesto a cambiar el plan y a no salir al cine ni a cenar fuera, mientras remeda el sí, me apetece, y añade para llenarse de razón:
-En ese tono le quitas las ganas a cualquiera.
Continúan frente a frente buscando y esquivando miradas, entre reproches y frases agrias; el ¡Por Dios, Antonio, no empecemos!, seguido del yo no empiezo nada, eres tú la que tiene la rara cualidad de estropearlo todo.
-... Y en nuestro aniversario.
-Pero, Antonio, ¿qué quieres que diga?
-Nada, yo no quiero que digas nada; lo que quiero es que no pongas esa cara de oveja degollada...
Ella transige; intenta sonreír con un ¡anda vamos!, entreabre la puerta de la sala y se despide de la niña:
-¡Luchi! Volveremos pronto. Acuéstate a las diez y deja todo apagado.
La niña desanuda la cinta de seda blanca que sujeta al tocado de la muñeca, sin volver la cabeza. Cuando la madre se aproxima a su espalda, oyes lo que te estoy diciendo, el padre entra también en el cuarto y alza la voz:
-¿Oyes a tu madre?
La niña asiente sin mirarlos, mientras el padre sale otra vez al pasillo rezongando esta niña parece tonta.
-Tómate la tortilla francesa y un yogur -dice la madre en tono más suave, y añade- y si pones la tele, no la pongas fuerte.
Desde el pasillo llega la voz agria del marido, si nos entretenemos más tiempo llegaremos a mitad de la película, mientras la madre repite el pórtate bien y acuéstate a las diez. Cuando suena la puerta de la calle, Lucía gira imperceptiblemente la cabeza, termina de desnudar a su muñeca, la sienta en una pequeña sillita de mimbre y, para que no se enfríe, la cubre con un paño blanco que, por un momento, puede parecer un sudario.
-Así, sentadita y calladita, ¿eh?... Las niñas tienen que estar calladas cuando hablan los mayores.
Se levanta del suelo y, después de salir al pasillo y asegurarse de la marcha de los padres, coloca dos sillas frente a frente, situando la de la muñeca un poco más alejada, como espectadora de la función que va a comenzar. Lucía se sienta en una de las sillas y trata de imitar a su madre:
-¡Antonio! ¡Hoy vamos a hablar!
Entre risas sale de la habitación, regresando enseguida con un vestido de la madre y unos altos zapatos de tacón con los que viste y calza una de las sillas. Sale de nuevo y vuelve a entrar con una chaqueta del padre que cuelga sobre el respaldo de la otra silla. Después de asomarse al pasillo y escuchar con la oreja pegada a la puerta los sonidos de la escalera, se encierra en la sala y se pone el vestido y los tacones.
-¡Antonio! ¡Hoy vamos a hablar! ¡Sí, vamos a hablar!
Se sienta en la silla y se dirige a la muñeca:
-¡Y tú, cállate! Ya te he dicho que las niñas tienen que estar calladas cuando hablan los mayores... Y tienen que marcharse a jugar por ahí, o a la cama... o a donde sea.
Se levanta y acercándose a la muñeca gira su sillita cara a la pared, dejando ver a través del mimbre el trapo de la espalda y el arranque del calzón en la goma de la cintura. Lucía se sienta decidida, fijando su mirada en la chaqueta de su padre.
-No podemos seguir así. No-po-de-mos-se-guir-a-sí. Estoy harta ¿lo entiendes? ¡Har-ta!
Riéndose cambia el vestido y los zapatos de tacón, cuidadosamente colocados en la silla, por la chaqueta. Se remanga para poder sacar las manos; intenta evitar que se deslicen las anchas hombreras, sujetando las solapas en torno al cuello. Pasea por la habitación haciendo como si fumara y continúa hablando en tono fingidamente grave.
-¿Dónde has puesto mi periódico? ¿Y mi camisa? ¿y mi desayuno...? ¿Y dónde está la tijera de uñas? En esta casa nunca se encuentra nada.
Se sienta con aire fatigado, hablando como si estuviera ausente.
-Estoy cansado, hoy he tenido mucho trabajo y llego a casa y todo son problemas. Mira airada a la muñeca:
-¿Pero aún no has acostado a la niña?
Lucía busca un rotulador y ante el espejo de una consola se pinta un bigote. Pasea con las manos atrás. De pronto se detiene:
-¡Coño! -se ríe- ¡Coño! ¡Puta! Esta casa es un... -titubea- ¡Esta no es una casa! ¡Nunca está nada en su sitio! ¿Dónde está mi carpeta?
Se mueve por la habitación haciendo como que busca; por un momento puede llegar a parecer que busca de verdad. Se acerca a la silla y coge el vestido en la mano y le habla:
-¿Dönde está mi carpeta? ¡Estoy harto de decirte que no toques mis cosas! Siempre lo escondes todo.
Arroja el vestido a la silla y se acerca a la muñeca. Lucía está excitada; ya no parece que esté jugando. Respira fuerte y zarandea a la muñeca, mientras la increpa:
-¡Luchi! ¿dónde está mi carpeta? ¡tonta! ¡Que eres tonta! ¡Igual que tu madre! Sienta a la muñeca con brusquedad y vuelve al lado de la silla. Se quita la americana y la deja sobre el asiento. Se pone el vestido y los zapatos de tacón con prisa y olvida despintar el bigote. Coloca la chaqueta en el respaldo amorosamente:
-¡Antonio! -juega con una de las mangas de la prenda de su padre y continúa dulzarrona- ¡Antonio! ¿Nos vamos a acostar? La niña duerme... ¡Anda!... ¿Hacemos cositas? -se separa de la silla, fingiendo llorar o casi llora- ¡Ya no me quieres! ¡Ya no me quieres!...
Lucía, más excitada, va hacia la muñeca; la coge y la abofetea:
-¿Tú qué haces aquí? ¡Tiene razón tu padre! ¡Eres tonta! ¡Y una metomentodo!
Regresa junto a la silla y se coloca ahora la chaqueta sobre el vestido, sin quitarse los tacones. Ya no intenta cambiar de voz; habla entrecortadamente, desde lo más hondo de su infancia casi adolescente con palabras de adulto, pero sin imitar actitudes ni gestos; todo es ambiguo; su aspecto, pero sin imitar actitudes ni gestos; todo es ambiguo; su aspecto, el tono, la situación. Si hubiera espectadores reales, nadie podría saber la verdad de lo que está ocurriendo. Se acerca a la consola y se mira al espejo con odio; abre un cajón y saca una llave; con ella abre otro cajón; rebusca bajo las mantelerías y empuña una pistola.
-¡No sé por qué os aguanto! ¡Cualquier día hago una barbaridad!
Se acerca a la silla de la madre y con el brazo firme encañona el respaldo:
-¡Te voy a pegar un tiro! ¡Pum! ¡Ya estás muerta!
Respira hondo y se quita ceremoniosamente los zapatos de tacón y los arroja muertos al suelo, al pie de la silla. Va junto a la muñeca y apunta hacia ella con la misma firmeza:
-A ti otro. Por tonta. ¡Pum!
Tira al suelo la silla de juguete con una patadita.
-¡Hale! ¡Ya estás muerta!... Ya están los dos... Y ahora también yo me voy a pegar un tiro.
Acerca la pistola a la sien; al sentir el frío del cañón, lo separa un poco apuntando hacia arriba. La pistola se dispara -o la dispara ella- y la bala rebota del techo a la pared de enfrente y cae al suelo. Lucía, tranquila, quieta en medio de la habitación, descalza, con la chaqueta sobre el vestido, busca con la mirada; recoge la bala y la esconde en un bolsillo. Se acerca a la consola y guarda la pistola entre las mantelerías. Cierra y guarda la llave en el otro cajón.
Ante el espejo, con gesto mecánico, borra su bigote frotando arriba y abajo con el dedo índice, primero el de una mano y después el de la otra. La tinta del rotulador marca sus huellas dactilares haciéndolas resaltar.



Es la rueda de prensa de Puerta del Sol. El colofón de oro de la celebración del segundo centenario del 2 de mayo. Dirigida por Juan Carlos Pérez de La Fuente. Basada en Los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, adaptada por Jerónimo López Mozo. Interpretada por Jesús Noguero, Ramón Barea, Chete Lera, Paco Racionero, Juan Díaz... Y Carlos Álvarez-Nóvoa... (Más casi cuarenta intérpretes que hacen de este montaje algo verdaderamente espectacular y sobrecogedor)...
... Carlos Álvarez-Nóvoa... ¿No creéis que hay rostros cuya mirada irradian paz, serenidad, confortabilidad...?... Supongo que hay rostros que no pueden silenciar todo lo que bulle en el interior de una persona... El rostro de Carlos Álvarez-Nóvoa es así... y la persona que habita tras ese nombre es tan rica... que no he podido evitar mostraros un poquito de ese ser que escribe, interpreta y vive de una forma tan apasionante...

No hay comentarios: