Los campesinos, agachados sobre su labor, alzaron la vista al cielo cuando les pilló la sombra. Entonces vieron al dragón; recorrería el horizonte escondiéndose tras la línea de luz que esa noche extraña había dejado a salvo. Después vino el fuego. En procesión huían las ratas, los niños, las mujeres, los hombres con palos. Sólo quedaba en el pueblo un niño berreando. Junto a él, un bulto negro.
Cuenta el más viejo que la situación se instaló durante tres años y no fue mejor durante los siguientes. Ya no había llamas, sólo humo, silencio, algún gemido.
(Por favor, sea breve. 2) Editorial Páginas de Espuma.
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